La sensibilidad del alma esta dispuesta a escuchar la voz de Dios, cuando dejamos que nuestro espíritu le permita oírla para obedecerle.
Había una vez un hombre que no era pobre ni rico. Y no se distinguía mucho de otras personas que vivían a su alrededor. No era joven, tampoco era viejo. Era un alma débil. Y aunque tenía dentro de sí las semillas del bien, éstas no germinaban. Ese hombre vivió como todos los demás y fue gobernado por sus antojos y vicios y encadenado por sus miedos y debilidades. No se sentía bien y su vida pasaba en colores grises, sin alegría y sin logro alguno. Cada día, antes de dormir, aquel hombre pensaba: «¡Mañana actuaré mejor, mañana resistiré an mis debilidades y vicios!». Pero al día siguiente, como siempre, sus antojos y vicios le controlaban, sus miedos y debilidades le encadenaban. Llegó el día en el que pensó: «¿Por qué no puedo vivir como yo quiero? ¿Por qué no actúo como debo actuar? ¿Por qué estoy gobernado por mis vicios y encadenado por mis miedos?». Se puso a reflexionar y no encontró razón alguna para no vivir como consideraba justo y para no actuar como sabía que era correcto. Entonces preguntó a Dios: «¡Mi Padre y Creador! ¿Por qué no puedo vivir como yo quiero y actuar como considero correcto? ¿Por qué me he convertido en un esclavo de mis vicios, antojos, miedos y debilidades? ¿Cuál es la razón?». Y Dios le contestó: «¡No hay ninguna razón para esto! ¡Tienes derecho a actuar como quieres actuar!». «Entonces, aconséjame, ¿qué debo hacer para que mis vicios y debilidades dejen de controlar mi vida?». «¡Antes de hacer o decir algo, escucha la voz de tu corazón espiritual y haz como éste te diga! ¡En este caso, superarás tus debilidades y miedos y te liberarás de tus vicios y antojos!». El hombre decidió seguir firmemente este consejo de Dios. A la mañana siguiente, se levantó con la firme resolución de pedir consejo a su corazón espiritual antes de hacer o decir algo. Cada día su padre viejo le decía palabras ásperas, le regañaba y le refunfuñaba. Declaraba que su hijo no servía para nada y que toda la generación de los hijos de los hombres vivía incorrectamente. También enumeraba todas sus ofensas y dolores y culpaba a su hijo de todo lo que el hijo había hecho mal o no había hecho. Como siempre en la mañana, el padre empezó a criticar a su hijo. Por aquellos insultos e injurias, el hijo montó en cólera. Estuvo a punto de responder al padre con palabras mordaces de manera habitual, pero se acordó del consejo de Dios. El corazón tuvo tiempo para susurrar: «¡Detén las palabras ofensivas e iracundas, pues tu padre te ama y se aflige con tus problemas! ¡Y tú también le amas! ¡Detén la indignación y pídele perdón!». Entonces como respuesta a los insultos y las injurias del padre, el hombre se inclinó ante él y le dijo: «¡Perdóname!». Y la ira se apagó. El hombre abrazó a su padre y se fue a resolver sus asuntos. El padre se maravilló y de allí en adelante dejó de regañar a su hijo. En la tarde, regresando a casa después de un trabajo duro, el hombre compró mucha comida e imaginaba cómo devoraría todos aquellos manjares. Pues él era propenso a la gula. De paso, visitó a una viuda joven que vivía con sus hijos. Aquella mujer le debía dinero, pero no había podido ahorrar lo suficiente para pagar su deuda. Hacía mucho tiempo que el hombre quería decirle que le perdonaría aquella deuda y ese día se decidió por fin a hacerlo. Llegó a la casa de la pobre viuda y le dijo que perdonaría su deuda. La viuda, agradeciendo, se inclinó ante él. El hombre ya estaba a punto de marcharse, pero el corazón le susurró suavemente: «¡Deja la comida que compraste para ti a los niños! ¡Esto les hará felices!». El hombre a duras penas logró cumplir lo que el corazón le aconsejó. ¡Pero cuando regaló los manjares a los niños, quienes empezaron a bailar de alegría, entonces también surgió en él una inmensa alegría! ¡Caminó hasta su casa con ligereza, colmado de felicidad, sin sentir sus pies! ¡Y su corazón como si cantara una canción en el pecho!
Cuando la voz de Dios habla a nuestro espíritu, el alma y cuerpo, se llenara de alegría y la felicidad reinará en nuestro corazón, si le obedecemos.
Aprende a escuchar la voz del Espíritu de Dios, ella es la que actúa en nuestra conciencia, para ayudarnos a distinguir entre el bien y el mal.
La voz de Dios es gloriosa en el trueno. Ni siquiera podemos imaginar la grandeza de su poder. (Job 37:5).
De ahí la necesidad de estar atento cuando El nos habla, el atua en nuestra mente por medio de su palabra, en nuestro ser por medio de alguien que nos habla y nos lleva a la conciencia lo que está pasando para que recapacitemos, oh por la circunstancias que nos permite ver los acontecimientos que el nos muestra, para manifestar su poder.
Pues no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por medio de ustedes. (Mateo 10:20)
El Espíritu de Dios esta presente para háblanos, solo dependen de nosotros que estemos dispuestos a escucharlo.
ORACIÓN .
Doy mi apertura a mi ser interior, para escuchar la voz del Espíritu de Dios, quien es la guiará mis pasos por los caminos de justicia y verdad, para poder tener las riquezas celestiales, que son los tesoros de prosperidad en mi vida. Amén.