Antes de apuntar el dedo, asegúrate qué hay cuatro apuntando hacia ti. No seas rápido señalando sin tener pruebas, no deje que tu imaginación sea la que juzgue.
Hace algunos años, un hombre perdió su billetera con sus documentos. Cuando se dio cuenta, se llevó las manos a la cabeza y se puso a gritar:
– ¡Oh, no, no puede ser! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Qué mala suerte!
Se puso a pensar en el sitio donde se encontraba, compartiendo con unos familiares, en un restaurante de la ciudad.
Le pregunto a cada uno si habían visto su billetera. Mientras la buscaba enfurecido por todo el lugar.
Uno de sus familiares le dijo: Yo vi cuando el la saco, para pagar unos libros que le compro a una señora que paso por aquel lugar.
Otro de la familia opino con mucha certeza. Pudo haber sido el mendigo, que se acercó a pedirnos una limosna. El tenía cara de ladrón. Respondió con afirmación. Todos se cruzaron la mirada y empezaron a sospechar también de el mendigo.
El hombre desesperado, fue a buscarla en el carro si de pronto se le había caído adentro, antes de bajar de el, y no encontró nada.
Se devolvió para el lugar, preguntándole al mesero si por casualidad la había visto, este de muy buena fe le ayudo a buscarla por todo aquel sitio, sin ningún resultado. Pero el hombre, de igual manera sospechaba también de el gentil mesero.
El hombre sospechaba de todos: del limonero, el mesero y hasta de la honesta señora vendedora de libros.
El se ponía la mano en la cabeza, y pensaba en todo lo que tenía que hacer, con la pérdida de su billetera: cancelar las tarjetas de crédito, sacar de nuevo todos sus documentos de identidad, etc.
Esto lo ponía a un más mal y su furia era mucho mas. Se subio al carro con mucha rabia.
Uno de sus familiares al verlo así Le dijo: permita yo manejo, ya que tu estas muy mal y alterado, con la pérdida de la billetera.
El hombre le agradeció, se sentó al lado y de inmediato tomo su teléfono celular y comenzó a llamar a los bancos para cancelar las tarjetas de crédito, mientras llegaban a su casa.
Los que los acompañaban solo podían hablar, del medigo , el mesero y la señora del libro, ya que ellos eran los más sospechosos.
Al llegar al parqueadero de sus casa, el hombre se entro enfurecido, tirando la puerta del carro, por todo lo que le estaba ocurriendo, sin despedirse de nadie y con muy mal humor, entro a su casa.
El conductor viendolo así, dijo vamos a buscarla de nuevo dentro del carro.
Asombrado se quedaron cuando la encontraron en medio de dos asientos. Y corrió a llamar al hombre para darle la buena noticia.
El hombre a resivir la noticia y todavía medio aturdido empezó a atar cabos y a sentir vergüenza de sí mismo.
– ¡Vaya, qué malpensado soy! El mesero, el mendigo y la señor de los libros son inocentes! Pudo haber sido que cuando me baje del carro para ir al restaurante se hubiese caído dentro de él.
Se disculpo por su mal comportamiento, y se puso de allí reflexionar. Comprendió que había sido un error desconfiar de de aquella gente y culparla, sin ningún tipo de pruebas, de ser un ladrónes. Su actitud había sido muy injusta y se prometió a sí mismo que jamás volvería a juzgar a nadie con tanta ligereza. Ese hombre de esta historia fui yo mismo. El cual recibí una gran enseñanza de vida , que no debía de ser rápido para señalar, sin tener pruebas, por que Dios me avergonzará.
Hay personas capaces de juzgar a los demás a la velocidad del sonido. Sin piedad y sin anestesia. Se guían por una mirada ciega y un corazón vacío, sin un hálito de empatía. Aún más, sus mentes están sembradas por esa semilla del egocentrismo que tantas secuelas siembran en nuestros escenarios más próximos.
Pero el Señor le dijo a Samuel:—No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón. 1 Samuel 16:7.
Vivimos en una sociedad, donde somos muy rápidos para entablar una demanda y juzgar con rapides las acciones de otros. Siempre estámos buscando echarle la culpa a otros de nuestros errores. Difícilmente podemos aceptar que nos equivocamos, ya que es más rápido ver las acciones de los demás y juzgarlas rápidamente, que vernos a nosotros mismos.
!! Es más fácil buscar culpables que aceptar errores!!.
Nos pasamos la vida juzgando a los demás y juzgándonos a nosotros mismos. En realidad las personas que más juzgamos a otros es porque en por que somos muy duros e exigentes con nosotros mismos.
Hoy hay muchos religiosos, que son rápidos para juzgar la acciones de otros. Parecen que siempre estan llevando una cruz para crucificar a muchos, por haber cometido algún error o pecado. No tienen piedad, ni misericordia, ya que su orgullo y egoísmos, los hace creer que ellos son los unicos que tienen la verdad.
!! No juzgues a los demás con ligereza,para que después no seas juzgado!!.
Pues serán tratados de la misma forma en que traten a los demás. El criterio que usen para juzgar a otros es el criterio con el que se les juzgará a ustedes.
»¿Y por qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo, cuando tú tienes un tronco en el tuyo?
¿Cómo puedes pensar en decirle a tu amigo: “Déjame ayudarte a sacar la astilla de tu ojo”, cuando tú no puedes ver más allá del tronco que está en tu propio ojo?
¡Hipócrita! Primero quita el tronco de tu ojo; después verás lo suficientemente bien para ocuparte de la astilla en el ojo de tu amigo. (Mateo 7: 1-5).
Ten cuidado cuando des una opinión o un concepto de los demás, para juzgarlos; examinate primero, y conoce tu propia verdad, para que de pronto no caigas en vergüenza.
Miren más allá de la superficie, para poder juzgar correctamente. Juan 7:24
Antes de acusar a alguien de algo, hay que estar completamente seguros. Somos rápidos para desconfiar y juzgar sin pruebas, cuando nos ocurre algo que nos afecta; con la rapidez la furia nos hace ver lo que no es, y siempre las cosas negativas donde no las hay.
»No juzguen a los demás, y no serán juzgados. No condenen a otros, para que no se vuelva en su contra. Perdonen a otros, y ustedes serán perdonados. (Lucas 6:37).
Es más fácil buscar culpables, que aceptar errores.
ORACIÓN .
Señor. Perdoname si en algún momento he sido rápido para juzgar a otros. Ayúdame a ser justo y equilibrado para dar un concepto de las personas, sabiendo de antemano que :!! Con la vara que mido, seré medido!!. Amén.