A veces, el silencio nos da miedo dentro de esta vida tan ruidosa. Si miramos diferente aprenderemos a conocer la verdad de nuestra realidad. Nadie nos puede cambiar, si no abrimos la capacidad nosotros mismos de poder aceptar que necesitamos mirarnos como somos en nuestro interior.
Hace muchos años vivía una niña huérfana de padre y madre. Era una chiquilla preciosa, de carita redonda y ojos almendrados del color de la miel. Desde que tenía uso de razón vivía en un orfanato y se pasaba el día soñando con encontrar una familia. Pensaba que nunca llegaría ese momento, pero un día, pasó por su pueblo un acróbata y decidió adoptarla. Qué contenta se puso! Metió lo poco que tenía en una maletita de piel y se fue con su nuevo padre a vivir una vida muy diferente lejos de allí. El buen hombre la acogió con cariño y la trató como a una verdadera hija. Desde el día que sus vidas se cruzaron, fueron de aquí para allá recorriendo el país porque se ganaban la vida representando un fantástico número de circo. Siempre juntos y de la mano, caminaban varios kilómetros diarios. Cuando llegaban a una ciudad, se situaban en el centro de la plaza principal y hacían lo siguiente: el hombre colocaba un palo mirando al cielo sobre su nuca, soltaba las manos, y la pequeña trepaba y trepaba hasta la punta del palo. Una vez arriba, saludaba al público haciendo una suave reverencia con la cabeza. A su alrededor siempre se arremolinaban un montón de personas que se quedaban pasmadas ante aquel acróbata, quieto como una estatua de cera, que sostenía a una niña en lo alto de una vara sin perder el equilibrio ¡Más de uno se tapaba los ojos y giraba la cabeza de la impresión que le causaba!. Sí, el espectáculo era genial ¡pero también muy arriesgado! : un solo fallo y la niña podría caerse sin remedio desde tres metros sobre el suelo. Al terminar, todos los presentes aplaudían entusiasmados y respiraban tranquilos al ver que pisaba tierra firme, sana y salva. Casi nadie se iba sin dejar unas monedas en el cestillo. En cuanto se quedaban a solas, contaban las ganancias, compraban comida y, después de una siesta, recogían los petates y tomaban el camino a la siguiente población. A pesar de que ya tenían mucha práctica y se sabían el número al dedillo, el acróbata siempre se sentía intranquilo por si uno de los dos cometía un error y la actuación acababa en tragedia. Un día, le dijo a la niña: – He pensado que para evitar un accidente, lo mejor es que cuando hagamos el número, tú estés pendiente de mí y yo de ti ¿Qué te parece? ¡Me da miedo que te caigas del palo y te hagas daño! Si tú vigilas lo que yo hago y yo te vigilo a ti, será mucho mejor. La niña reflexionó sobre estas palabras y mirándole con ternura, le respondió: – No, padre, eso no es así. Yo me ocuparé de mí misma y tú de ti mismo, pues la única forma de evitar una catástrofe, es que cada uno esté pendiente de lo suyo. Tú procura hacer bien tu trabajo, que yo haré bien el mío. El acróbata sonrió y le dio un beso en la mejilla ¡Se sintió muy afortunado por tener una hija tan prudente y capaz de asumir sus responsabilidades!
Debe nos aprender a conocerte a ti mismo, y saber que estamos en la tierra con un propósito. Esto hará que pensemos con claridad, que entendamos nuestras emociones y sentimientos, para con las demás personas. Debemos de tomarnos el tiempo para examinarnos, aprendiendo a valorarnos y apreciarnos como es debido. No dejando que la emociones apaguen la claridad de nuestra mente. Es por ello que el resultado de poder comprender nuestro interior, dará como respuesta la capacidad de poder observar nuestros errores, siendo Íntegros con nosotros mismos, para poder aceptarlos y corregirlos. Esto enseñó Jesucristo.
Y entonces agregó: «Es lo que sale de su interior lo que los contamina. Pues de adentro, del corazón de la persona, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, el robo, el asesinato, el adulterio, la avaricia, la perversidad, el engaño, los deseos sensuales, la envidia, la calumnia, el orgullo y la necedad. Todas esas vilezas provienen de adentro; esas son las que los contaminan». Marcos 7:20
Ahora si te conoces podrás estar confiado de que tu eres el único que puede superar cualquier obstáculo. Cuidar de nosotros mismo es escucharnos con atención. Saber qué queremos, qué es aquello que necesitamos, qué sentimos o qué pensamos. Para vivir una vida saludable y limpia en nuestro exterior. Por esto una casa se limpia por dentro, para que su exterior brille.
Puedes tener ciertos puntos en común con otras personas, pero también muchas diferencias que te hacen tener tu propia esencia.
Pero tengan cuidado, ustedes que viven en su propia luz, y que se calientan en su propia fogata. Esta es la recompensa que recibirán de mí: pronto caerán en gran tormento. (Isaías 50:11).
Nadie más que tú mismo tiene el control sobre sus pensamientos. Tú puedes elegir qué decisión o actitud tomar. Además, si quieres claridad al solucionar problemas o tomar importantes decisiones, debes saber cómo piensas. Cuidar de nosotros mismos también es saber dirigir nuestras vidas con conciencia.
En la vida es genial contar con los demás, pero antes de nada, tenemos que aprender a cuidarnos a nosotros mismos y a ser responsables con nuestras tareas. Si te esfuerzas cada día por mejorar, por vencer tus propios miedos y por hacer bien las cosas, llegarás lejos y te sentirás orgulloso de tus logros.
Pues todo lo secreto tarde o temprano se descubrirá, y todo lo oculto saldrá a la luz y se dará a conocer a todos. (Lucas 8:17).
Quiérete, ámate con todas tus fuerzas, valórate. Cada persona es un ser único e irrepetible, no hay nadie como tú. Por eso conócete a ti mismo y ten cuidado de lo que eres.
ORACIÓN .
Señor Dios poderoso. Aprender a conocerte es poder mirar nuestro propio interior, para ser trasformado en un hombre nuevo, capaz de valorarse y amarse, para poder saber compartir con bondad tus principios. Así nos conocemos a nosotros mismos. Amén