¿Por que apuntas con tu dedo a los demás?. Todos cometemos errores y a la hora de juzgar nadie es bueno y justo. Por que el camino de la perfección, solo dependerá de aprender a reconocer nuestros propios defectos.
Se cuenta que hace muchos siglos, Dios , mandó llamar a todos los animales de la tierra. Quería reunirlos para que le contasen cómo se sentían y si había alguna cosa que les preocupara, sobre todo en relación a su aspecto físico.
– Os he convocado esta tarde porque quiero saber cómo estáis. Si hay algo de vuestro aspecto que os preocupa o queréis presentar alguna queja, contad conmigo que yo intentaré ayudaros a buscar una solución.
Todos se miraron sorprendidos y sin saber qué decir. Viendo que ninguno se animaba a hablar, Dios tomó la iniciativa.
– A ver… Por ejemplo, tú, monita ¿Hay algo de ti que no te guste y que quieras cambiar?
– ¿Yo? Ay, no señor, me siento encantada con mi cara y con mi cuerpo. Tengo suerte de ser un animal estilizado y ágil, no como mi amigo el oso, que como ve está gordo y parece una croqueta gigante.
Dios buscó al oso con la mirada. Allí estaba, deseando opinar. Con un gesto, le incitó a que lo hiciera.
– Gracias por permitirme decir lo que pienso, señor. No estoy de acuerdo con la mona. Es cierto que no soy ágil como ella, pero tengo un cuerpo proporcionado y un pelaje muy bello, no como el elefante, que es pesado, torpe y tiene esas orejas tan grandes que casi las arrastra por el suelo cuando camina.
El elefante, por su tamaño, estaba al fondo del salón del trono. Levantó su trompa para pedir permiso.
– Di lo que quieras, elefante.
– Lo que ha dicho el oso es una bobada ¡Ser grande y pesado es una gran virtud! Me permite ver al enemigo a una enorme distancia y me convierte en un animal casi imbatible. Las orejas son útiles abanicos y casi nunca tengo calor. En cambio, mire el avestruz, que tiene unas orejas que ni se le ven y un cuello demasiado largo ¡Su cuerpo sí que es estrambótico!
El avestruz frunció el ceño y, adelantándose un paso, se plantó frente al Dios.
– ¡Ese paquidermo no sabe lo que dice! Soy uno de los animales más veloces que existen y no cambiaría mi cuerpo ni por todo el oro del mundo. Mi cuello es fino y elegante, no como el de la pobre jirafa, que sí que es más largo que un día sin pan.
Todos se giraron para localizar a la jirafa que, muy digna, alzó la voz para que Dios y todos los presentes la escucharan bien.
– ¡Qué absurdo lo que dice el avestruz! ¿Quejarme yo de mi largo cuello? ¡Todo lo contrario, es fantástico! Lo veo todo y alcanzo los frutos de las ramas más altas a las que nadie llega y que sólo yo puedo degustar ¡Mala suerte tiene la tortuga, que es tan bajita que se pasa el día tragando el polvo del suelo!
Dios empezaba a hartarse de la situación, pero hizo un barrido con los ojos buscando a la pacífica tortuga. Sí, allí estaba también, situada entre un perro y un gato, por si surgían peleas entre ellos. Con voz cansada, le cedió la palabra.
– A ver, tortuga… ¿Tú qué tienes que decir sobre esto? ¿Es cierto que tragas polvo?
– ¡Ja, ja, ja! ¡Menuda tontería! Con cerrar la boca es suficiente. Si hay algo que agradezco a la naturaleza es la suerte de llevar la casa siempre a cuestas. Me siento protegida en todo momento y no tengo que preocuparme de buscar refugio. Pienso en lo mal que lo pasan otros como el sapo, siempre a la intemperie, y eso sí que me da pena.
El Dios se levantó enfadado y con su bastón de mando, dio un golpe en el suelo que retumbó como un trueno.
– ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Cada uno de vosotros os creéis perfectos y estáis muy equivocados! Todos tenéis defectos porque ningún animal del mundo lo tiene todo, pero sois incapaces de verlo. Sólo distinguís los fallos que tienen los demás que están a vuestro alrededor y esa es una actitud muy fea por vuestra parte.
La sala se quedó en absoluto silencio. Ni la mosca se atrevió a zumbar y se quedó posada sobre el lomo de una burrita que escuchaba a Dios con las orejas gachas.
– De verdad os digo que cada uno de vosotros lleváis una mochila cargada con vuestros defectos a la espalda para no verlos, y en cambio, una bolsa con los defectos de los demás sobre el pecho, para verlos en todo momento.
Y dicho esto, Dios, agotado, disolvió la reunión y se fue a descansar con la esperanza de que alguno de esos animales cambiara su comportamiento en el futuro.
El gesto de señalar es el primer movimiento comunicativo que los humanos somos capaces de entender y que comienza a la edad de nueve meses, mucho antes de hablar, cuando apenas balbuceamos. ¿Qué sentido tiene? Llamar la atención de quien nos rodea sobre un objeto, sobre un peligro o sobre algo que nos sorprende. Podemos decir que puede traducirse en un sencillo: “Mira esto, eso o aquello”. Esta es la forma en que aprendemos los nombres de muchas cosas, señalándolas para que alguien nos diga cómo se llaman.
Pero después se convierte en la relaciones en un apuntador de defectos, cuando levantamos nuestra mano para indicar con el dedo índice los errores de los demas, empuñando nuestra mano con los otros dedos apuntando hacia atrás, hacia nuestro cuerpo.
Entonces cuando ustedes llamen, el Señor les responderá.
“Sí, aquí estoy”, les contestará enseguida. Levanten el pesado yugo de la opresión; dejen de señalar con el dedo y de esparcir rumores maliciosos. (Isaías 58:9).
Ahora si ves lo que haces hay un dedo apuntando a el otro y tres apuntando a ti mismo. Esto quiere decir que antes de levantar el dedo para ver la falta de otro, analiza primeramente los tres que te señalan, y ve observa primero tus propias debilidades y reconocelas antes de señalar.
»No juzguen a los demás, y no serán juzgados. Pues serán tratados de la misma forma en que traten a los demás. El criterio que usen para juzgar a otros es el criterio con el que se les juzgará a ustedes. Mateo 7:1-2.
Nunca debemos condenar a los demás o considerarnos moralmente superiores, pero estamos obligados como cristianos a corregir a los demás, y a dejar que los demás nos corrijan. Saber que opinan de nosotros los demás no hace poder ver con claridad nuestros errores, o donde estamos haciendo daño, para poder aceptarlo y cambiar nuestra manera de actuar y proceder.
Pero sólo aprender a señalar y no que nos señale, es de cobardes, engreídos y orgullosos. Ya que el reconocer los errores es de valientes.
Miren más allá de la superficie, para poder juzgar correctamente. (Juan 7:24).
Por lo generar es más fácil ver los defectos de otros y apuntar el dedo a ellos, sin darnos cuenta la cantidad que tenemos nosotros.
ORACIÓN .
Señor. Permitsme ver primeros mis errores y aprender aceptar mis equivocaciones. Sabiendo que cuando nos señalan podremos vernos primero antes de juzgar. Amén.