El tratar de encontrar el amor perdurable sin obedecer a Dios es como tratar de saciar la sed al beber de una taza vacía; se cumple con las formalidades, pero la sed no se quita.
Un joven misionero, fue asignado a una pequeña isla de aproximadamente 700 habitantes en una región remota del Pacífico Sur. El calor era sofocante, los mosquitos eran terribles, había barro por todos lados, el idioma era muy difícil y la comida era… “diferente”.
Después de unos meses, un poderoso huracán azotó la isla; la devastación fue enorme; las cosechas fueron destruidas, hubo personas que perdieron la vida, a las casas se las llevó el viento y la estación del telégrafo —lo único que nos unía con el mundo exterior— quedó destruida. Una pequeña embarcación del gobierno normalmente llegaba una o dos veces al mes, de modo que racionamos de la comida para que durara cuatro o cinco semanas, con la esperanza de que para entonces llegara el barco. Pero no llegó. Cada día que pasaba se debilita la gente más. Hubo actos de gran bondad, pero al pasar la sexta y séptima semanas con muy poca comida, las fuerzas decayeron considerablemente. Un compañero nativo, Feki, ayudó en todo lo que pudo, pero al entrar la octava semana, el misionero joven ya no tenía energías. Se sentaba bajo la sombra de un árbol y oraba, y leía las Escrituras y pasaba horas y horas meditando en las cosas de la eternidad.
La novena semana empezó con poco cambio externo. Sin embargo, se realizó un gran cambio en su interior. Sintio el amor del Señor de una manera más profunda que antes y aprendio, por mí mismo, que Su amor “es más deseable que todas las cosas… Sí, y el de mayor gozo para el alma”
Para entonces ya estaba hecho un esqueleto. Recuerda que observaba, con profunda reverencia, los latidos del corazón, la respiración de los pulmones, y pensaba qué maravilloso cuerpo había creado Dios para albergar un espíritu igualmente maravilloso. La idea de una unión permanente de esos dos elementos, que el amor, el sacrificio expiatorio y la resurrección del Salvador hicieron posible, fue tan inspiradora y satisfactoria, que cualquier molestia física se desvaneció por completo.
El decía. Cuando comprendemos quién es Dios, quiénes somos nosotros, la forma en que Él nos ama y el plan que tiene para nosotros, el miedo se disipa. Cuando obtenemos la más pequeña vislumbre de esas verdades, nuestra preocupación por las cosas del mundo desaparece. Y el pensar que de veras creemos las mentiras de Satanás de que el poder, la fama y la riqueza son importantes es algo ridículo, o lo sería, si no fuese algo tan triste.
¡Sabía que necesitaba más! Sabía que nuestro gozo ahora y para siempre está inseparablemente unido a nuestra capacidad de amar.
Mientras esos pensamientos ocupaban y elevaban mi alma, me fui percatando del alboroto de unas voces; los ojos de mi compañero Feki brillaban de entusiasmo, mientras decía: “Kolipoki, ha llegado un barco y está lleno de alimentos. ¡Nos hemos salvado! ¿No te da gusto?”. No estaba seguro, pero debido a que el barco había llegado, debía ser la respuesta de Dios, de modo que sí, estaba feliz. Feki le dio algo de comer y le dijo: “Toma, come”. Vacilé; miro la comida y luego a Feki. Miro hacia el cielo y cerro los ojos. Sintió algo en lo hondo de su ser; estaba agradecido por que la vida en ese lugar siguiera como antes, pero, sin embargo, sentía una cierta tristeza, un sentimiento sutil de aplazamiento, como cuando la oscuridad apaga los brillantes colores de una puesta de sol perfecta y uno se da cuenta de que tiene que esperar otra tarde para volver a disfrutar de esa belleza.
Cuando pensamos que las esperanzas se pierden y que no podemos. Es cuando el Señor actúa y no levanta con una fe Inquebrantable.
Hay un segundo mandamiento que es igualmente importante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:39.
De igual forma, el tratar de encontrar el amor sin ayudar a los demás ni sacrificarse por ellos es como tratar de vivir sin comer; va en contra de las leyes de la naturaleza y es imposible lograrlo. No podemos fingir el amor; éste debe formar parte de nosotros. La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.
Dios está ansioso de ayudarnos a sentir Su amor, dondequiera que estemos. El es la fuente inagotable de amor, capas de llevarnos a una formación de vida, que dará un fruto de esperanza a nuestros corazones.
Porque en mí ha puesto su amor, yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido mi nombre.
Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré;lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación.(Salmos 91:14-16).
Por que de tal manera a amado Dios al mundo, que nos ha dado su Hijo Jesucristo, para que nadie se pierda y tengamos el regalo de la vida eterna.
!! El amor de Dios, perdura para siempre. En todo y para todo!!
“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor”
Nuestra confianza en Dios, nos ayuda a sobrepasar cualquier dificultad, cuando Le creemos el extiende su mano de amor, con propósitos de demostrar su grandeza. Jesucristo lo expreso de esta manera.
»Yo los he amado a ustedes tanto como el Padre me ha amado a mí. Permanezcan en mi amor. Cuando obedecen mis mandamientos, permanecen en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho estas cosas para que se llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo. Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado. No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos. Juan 15:9-13
Dios siempre está presente para escuchar nuestra voz de ayuda. Solo debemos confiar en su majestuosidad.
ORACIÓN .
Señor. Tú eres omnipotente y omnipresente, saber que estas presente en cada momento, para escuchar nuestras oraciones, permitame cada día comprender el infinito amor que nos das, atravez de una relación, de los principios de Jesucristo. Amén.